Miguel Ángel Arrieta
Afirmaba el histórico ideólogo priista Jesús Reyes Heroles que en política la forma es fondo. Desde esa premisa resulta entonces extraño que mientras el jefe priista en Guerrero, el gobernador Héctor Astudillo Flores, envía señales de acercamiento con la oposición con el fin de impulsar condiciones de gobernabilidad, los dirigentes de su partido en el Estado y Acapulco insistan en abrir un frente de guerra contra el PRD, en abierto contrasentido al diálogo conciliador de su líder máximo.
De hecho, la mayor contradicción en este intercambio de discursos agresivos y señales de entendimiento radica en que las palabras del mandatario estatal parecen encontrar mejor eco en las filas del perredismo que en el ánimo rijoso y buscapleitos asumido por Heriberto Hueicochea y Fermín Alvarado, presidentes del PRI en el Estado y Acapulco, respectivamente.
Durante la semana pasada el gobernador Héctor Astudillo ratificó que su administración trabaja sin distingos ni preferencias políticas, y conminó a los actores partidistas en general a guardar sus estrategias por el momento.
El domingo en Tecpan de Galeana pidió que se enfriaran las provocaciones y subrayó “todavía no son tiempos electorales”.
El llamado del gobernador fue enfático cuando invitó “a abrazarnos todos en el trabajo para mirar hacia adelante y darnos las manos para buscar el progreso”.
Ante los diputados del PRD y Movimiento Ciudadano, Ricardo Ángel Barrientos y Silvano Blanco, respectivamente, Héctor Astudillo reconoció estar a gusto “de que hoy podamos sumar esfuerzos más allá de cualquier bandera de partido pensando en la región y pensando en nuestros pueblos. Es muy importante la unión, pensar en la región y pensar en Guerrero, ya vendrá otros tiempos de la disputa partidista, ahorita hay que trabajar”, precisó.
Y para despejar dudas de su intención conciliatoria con las fuerzas de oposición selló su convocatoria a la unidad: “Guerrero tiene muchos problemas, pero creo que esos problemas no nos pueden detener. Guerrero tiene que continuar, tiene que seguir adelante en las regiones, en sus municipios tenemos entre todos que aportar para hacer mayor lo bueno que lo negativo”.
La interpretación otorgada por personajes de la oposición al discurso conciliatorio de Astudillo se entendió como la apertura de espacios de diálogo y el establecimiento de una tregua en la guerra de papel lanzada por priistas contra el alcalde Evodio Velázquez Aguirre, identificado este como la figura más representativa del perredismo en la entidad.
Pero los priistas les dieron otro significado a las palabras del gobernador. En una voltereta radical al tono pluralista de Héctor Astudillo, publicaron en diversos medios de comunicación un desplegado en el que solicitaban al alcalde de Acapulco frenara los ataques lanzados desde el ayuntamiento porteño contra los priistas, cuando en los hechos ha sido el dirigente del PRI en Acapulco, Fermín Alvarado, quien ha alimentado y sostenido la campaña frontal contra Evodio Velázquez durante los últimos tres meses.
Vista desde una perspectiva ideológica, la incompatibilidad entre el discurso del gobernador y los embates priistas contra figuras de la oposición, exhiben el interés de las dirigencias priistas para desmarcarse de esa imagen de partido de Estado que ha acompañado al Revolucionario Institucional en los últimos procesos electorales.
El problema para los priistas es que no pueden presumir independencia cuando durante la realización de su asamblea estatal el fin de semana pasado, mantuvieron como elemento central y fundamental de ese encuentro la presencia del gobernador Héctor Astudillo. De ahí que su estrategia de convertirse en un partido libre y crítico durante el día, aunque por la noche acepte visitas furtivas en su habitación, pueda transformarse en un boomerang cuyo impacto final termine por afectar al tricolor y no a los enemigos de enfrente.
Por lo pronto, antes de disentir del posicionamiento oficial sobre la interrelación con la oposición, los dirigentes priistas deben entender que ellos están llegando tarde al cambio de personalidad.
Ahora el fondo de la forma indica que las circunstancias y el marco social han cambiado diametralmente el escenario guerrerense. Después de Aguas Blancas, El Charco, Iguala-Ayotzinapa, les redituaría más recuperar credibilidad dentro de un ejercicio de autocrítica e impulsando los cambios que exige el estado.