Christian Zamora
Pareciera que a la alcaldesa Abelina López se le olvidó que llegó a la presidencia porteña prácticamente sin margen de error; y no es que su antecesora haya dejado la vara muy alta, por el contrario, la dejó, sin el menor temor a afirmarlo, muy por debajo del suelo.
Bajo ese contexto la actual presidenta municipal debió basar no tan sólo sus primeras estrategias de gobierno, sino su imagen, sus ideas y sus conceptos; ella sabía perfectamente que a palacio Papagayo llegó sin tiempo. Porque a pesar de tantos problemas ofertó un cambio, le dijo a la gente que podía y hoy, la realidad le pegó en la cara, porque ante los ojos del mundo, simplemente, no lo está consiguiendo.
Abelina sólo necesitó recorrer un pequeño tramo y pasó de la esperanza a la vergüenza. En poco más de tres meses convirtió la ilusión de 138 mil 697 acapulqueños que votaron por ella, y 810 mil 669 a los que representa, en la burla nacional. En poco más de tres meses, la munícipe sepultó todos nuestros anhelos.
Con pena, y no ajena, cada semana somos testigos de sus desafortunadas declaraciones y en cada entrevista vemos la mirada aterrada de sus, culpables, y cercanos colaboradores, porque nada han hecho por cambiar la situación; no es una ni dos, son tres. La alcaldesa no tiene freno.
Primero increpó y culpó a los periodistas de la violencia en el puerto; después dijo que “la calor y los carbohidratos” también son culpables de esta misma violencia; y finalmente, remató con broche de oro, aseguró que el tráiler arrojado por normalistas de Ayotzinapa en el reciente enfrentamiento, contra la guardia nacional y policías estatales, estaba “circulando sin conductor y en punto muerto”, por eso no hay culpables. “¿A quién se va a castigar?”, cuestionó. Abelina ya no nos sorprende, ha hecho creíble lo increíble.
El tema no queda ahí, porque luego de sus traspiés se vuelve negativamente tendencia nacional, el país entero ríe. Y entonces ella, iracunda y soberbia, busca las formas y encuentra culpables. Se refugia en artículos anticuados, en investigaciones pasadas, en leyes que sólo existen en su cabeza y hasta en ataques imaginarios por sus orígenes étnicos. Opina cuando no hay necesidad de hacerlo. Pero eso no es todo, cuando la calma llega y sus errores comienzan a disiparse, va y arremete de nuevo.
La primera edil no encuentra sosiego, porque quiere ser como AMLO y no puede ni debe. Sus propios dichos la colocan en una guerra permanente, se mete autogol y pareciera que sólo busca conflictos inexistentes. En el poco tiempo que le queda, en ese inter de desgaste, olvida su trabajo; hace esfuerzos, es cierto, pero su falta de resultados es muy evidente. De gestora a administradora, el peso es demasiado.
Dos años y nueve meses le quedan a la alcaldesa para encontrar las soluciones, aunque en el fondo sabe que ya se le agotó el tiempo, y que no es atacando con granjas de bots a periodistas ni culpando a otros como lo hará. La ciudadanía no la va a esperar más.
Hoy, Abelina camina en un delicado filo; enterró la esperanza de quienes votaron, confiaron y creyeron en ella, pero reavivó la ilusión, abriendo una pequeña rendija, a la oposición que está casi muerta. Porque si continúa en este camino de yerros y desazón no será la historia quien la juzgue, sino el pueblo quien la califique con votos en las elecciones del 2024, y eso para ella, sus intereses y su partido, comienza a volverse sumamente peligroso.
La frase: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”. Immanuel Kant.
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