Por Baltasar Hernández Gómez
Muchos de los medios de comunicación modernos no son como se piensan: el vehículo que refleja la realidad. Son más bien instituciones los instrumentos de difusión del sistema de dominación que se ponen “en medio” entre lo público y lo privado, entre lo macro y lo micro, con la finalidad de transmitir una serie de valores, pensamientos, principios y sobre todo una visión política, económica y cultural del mundo y de cada una de las regiones donde están asentadas.
Por eso, cuando me refiero a los medios de comunicación en el siglo XXI estoy denominando al conjunto de corporativos que tiene como meta el entretenimiento y la puesta en marcha de modelos adecuados al sistema de vida imperante. Los medios luego entonces forman parte de los aparatos ideológicos -la supraestructura- que moldea el pensar y actuar de las masas. Todo esto incide de lleno en la percepción y aceptación del Poder.
La lógica del gran capital, que ahora apreciamos en su fase de desarrollo globalizador y su ideología neoliberal se ha impuesto en todos los rincones de la vida social. La mayoría de los medios de comunicación generan una suma de intereses y ganancias, que están interconectadas con los propósitos de dominación sociopolítico y económico de los Estados nacionales.
La utópica creencia de que los medios masivos de comunicación están limpios de ideología y que son democráticos-plurales se ha convertido en un elemento que distorsiona el entendimiento de lo que ocurre verdaderamente en el mundo. Más allá de esta falacia nos encontramos ante una nueva situación, que puedo describir como la “era del acceso al conocimiento”, que no se trata de la libre entrada al mundo informado, sino a los caminos de uniformidad cultural que hace de todos los sujetos sociales entes consumidores y reproductores del statu quo y del equilibrio sin disfunciones que tal y como lo desea la clase dominante.
La transnacionalización de los medios de comunicación y sus productos trae aparejada un conflicto de modos de pensar y ser, que afecta a las identidades nacionales, porque las homogeneiza en el eje de mantener las cosas como están o como quisieran que estén. Pareciera que los programas televisivos, radiofónicos, de internet, revistas, periódicos fueran hechos al azar, pero no. Todo está planificado para cumplir con el cometido de dominación (tangible e intangible), a efecto de llegar al punto de no oponerse al proceso hegemónico en lo político y en lo social.
La globalización de la cultura deja a un lado las tradiciones culturales, imponiéndonos lo “nice” lo ultramoderno y válido universalmente. Esto deja inexorablemente a las costumbres regionales en el vacío para ir desapareciendo, o bien, confinadas a algún museo de los recuerdos. Sin parecer catastrofista pienso que estamos contemplando el derrumbamiento de la noción humana de diversidad, para dar paso a una falsa opinión de que si todos pensamos y actuamos igual lo demás no importa.
La aldea global pareciera ser la meta a alcanzar, pero no para respetar más lo nuestro y de todos al mismo tiempo, sino para que todos caminen por la misma senda de la competencia feroz en los diferentes planos de la vida.
Para muchísimas personas es mejor ser Laura Bozo, influencer o Jennifer López y llegar a un estadio de riquezas materiales a través de programas de concursos, que analizar la realidad donde nos encontramos. Para qué comer comida casera, si existe Mc Donald, Kentucky Fried Chicken, Carl´s Jr. Pizza Hot y una variedad de hornos de microondas que todo lo hacen y todo lo pueden.
Pierre Bourdieu en su libro Lenguaje y poder simbólico dice que en cada sociedad se hallan un conjunto de personas que se adjudican la supremacía de los conocimientos e información, traducidas en palabras e imágenes, las cuales luego se imponen como creencias, opiniones y estilos de vida de los demás. Los medios de comunicación, a través de sus múltiples y variadas programaciones se erigen como instituciones que manipulan el campo cultural, dando así líneas de pensamiento y conducta para legitimar/legalizar el Poder (político y económico).
Desde esta perspectiva puedo señalar que las maneras de pensar y actuar en sociedad originan la aceptación y manutención del Poder y aquí radica la importancia de los medios de comunicación, porque son ellos, el mecanismo transportador y afianzador de lo que sienten como suyas las personas.
Quién puede oponerse a que el amor no es más que encuentros rápidos uno tras otro; que lo más importante es trabajar para vivir y no vivir para trabajar; que no vale la pena enfrentar al sistema impuesto y nada más someterse a los planes electorales cada 3 ó 6 años; comprar en los supermercados comida orgánica y no en el mercado; por qué vestirse en forma diferente a los protagonistas de programas llamativos e inocuos si las otras prendas son autóctonas o pasadas de moda.
Por lo mismo, la mayoría de los medios de comunicación prefieren mantener su dominio informativo y cultural hasta el más mínimo detalle, utilizando a la tecnología en el montaje de imágenes, sonido, trazos y colores, aderezados de voces y cuerpos esculturales. Para ellos lo trascendental es ubicar a todos en una misma identidad cultural.
El Estado, es decir, la estructura política y económica que posee los medios de producción y, por ende, en este caso, que permite y regula a los medios de comunicación buscan instaurar a como dé lugar una zona de libre tránsito de ideas, valores y modos de ser. Ya sin fronteras que defender, la globalización se encaja como única vía para que todas y todos (como decía el ex-presidente Fox Quesada) tengan una misma visión del mundo, desde que nos despertamos hasta que otra vez pongamos la cabeza en la almohada.
Sin embargo, las contradicciones de la realidad ahí están y aún cuando muchos piensen que llegará el día de Yo Robot, el Mundo Feliz, El Quinto Elemento o cualquier producto que avizore futuros uniformados, mecanicistas y sin crítica, lo que realmente se vive representa la mayor parte de los ojos que finalmente se abrirán.
La brecha entre la sociedad y sus gobernantes; entre los que no tienen nada que comer y los que poseen las mayores fortunas; la “envidia” que producen los artistas que con nuestro dinero viven con riquezas que ya quisiera tener Burundi, Ruanda u otro país subdesarrollado, es la que finalmente abrirá la mente y el corazón y luego entonces se caminará en direcciones no fantasiosas.
Cuando más de la mitad de la población mundial vive en pobreza extrema y pobreza a secas (el 65% en nuestro país está en esta situación y poblaciones catalogadas como las más pobres de las pobres a nivel internacional, como el caso guerrerense de Metlatónoc); cuando más del 60% de las niñas y niños están destinados a morir o no crecer adecuadamente por la falta de alimento, educación, salud y amor, no habrá medios ni gobiernos que puedan contra la acción de mujeres y hombres que enarbolen lo más puro del género humano: la dignidad para vivir y ser mejores.
No basta decir no a los medios de comunicación facciosos……….se debe actuar: leyendo, conversando sobre el estado de cosas que pasan en el mundo de la vida, ser generosos con las personas que nos rodean, valorar a la educación como un elemento de conocimiento significativo, de convivir mejor y con calidad con nuestras parejas, amigos y familiares.
Tenemos que crear las condiciones materiales para implantar la democracia, no los domingos de elecciones, sino en nuestro hogar, con los hermanos, amigos, compañeros de trabajo, condiscípulos de escuela, nuestras parejas y en todo el entorno vivencial (vecinos, pareja, etc.).
Debemos hacer frente a los medios de comunicación tendenciosos, siendo críticos de sus productos y no dejarnos embaucar como tontos por los cientos de programas que se transmiten para indicarnos cómo pensar, cómo vestir, como gesticular, qué palabras decir, cómo votar y cómo amar.
La tarea no es fácil, pero tampoco imposible. Hay que hacerlo nada más.