[Una revisión sintetizada del pensamiento maquiaveliano].
Por Baltasar Hernández Gómez
Vuelvo a Nicolás Maquiavelo -como todo politólogo está obligado a hacerlo- con el propósito de analizar el ejercicio del Poder, que es elemento clave para el estudio del Estado, sistemas políticos y de partidos. Esto es importante porque los políticos y gobernantes que deseen adquirir o fortalecer Poder deben tener fija la idea de ejercerlo con prestancia, impecabilidad e implacabilidad.
Si alguien confía en fuerzas externas (ajenas, contratadas, adheridas por la coyuntura o por recomendación) nunca podrá tener plena seguridad de lealtad y eficacia, en virtud que éstas no cuentan con fundamentos de pertenencia, inteligencia y conocimiento que los conecte directamente a la causa. Los grupos externos no poseen factores de cohesión, disciplina y subordinación al mando central y sí, por el contrario, les sobran elementos psicológicos y materiales que los pueden conducir a la deslealtad o al incumplimiento.
Las personas o instituciones externas/contratadas (Maquiavelo los identifica como “mercenarios”) carecen de unidad y sólo “publicitan” la política ficción de estar colaborando cuando en realidad realizan funciones superfluas. Estas fuerzas trabajan para la obtención y preservación del Poder, teniendo como objetivo la adquisición de puestos, dinero, prebendas, concesiones, etc.
En síntesis: no hay que confiar el Poder a mercenarios o personas que sólo prestan asistencias por cuestiones materiales y que han estado en uno u otro bando para conservarse en la esfera política. Ningún sujeto sin sustento ideológico, capacidad o lealtad personal/institucional estará al ciento por ciento con un político o gobernante.
Maquiavelo estableció puntualmente:
“Desean el servicio en tiempo de paz, pero cuando llega la guerra, huyen o desertan”.
Si el político o gobernante depende de fuerzas externas está en posición de desventaja, pues sólo con recursos técnicos y financieros los proyectos funcionarán en el corto plazo, pero si pronostican resquebrajamientos o dubitaciones tirarán todo por la borda e irán a ofrecer sus servicios a los rivales.
Por lo regular las fortalezas ganadas por personas o grupos contratados desembocarán en problemas posteriores, ya que al sentir Poder se sentirán partícipes del mismo, lo cual genera mayores ambiciones y deserciones a un mejor bando.
Las fuerzas externas incrustadas -de no tener control, freno o supervisión- comenzarán a obstaculizar la eficiencia del político o gobernante en el Poder, poniéndolo entre la espada y la pared, porque de ellos dependerán próximos movimientos.
Si llegaran a cometer despropósitos, la sociedad y aliados pensarán que lo hacen por órdenes superiores, lo que resta legitimidad y autoridad al detentador de poder. Si los “mercenarios” se enfocan en los campos de exhibicionismo, vicios, violación de la normatividad, la percepción hacia el gobernante será altamente negativa y esto podría suscitar, además de ilegalidad, ilegitimidad, descontento y rechazo. En un escenario catastrófico habría muchas posibilidades de que se originaran sucesos de anarquía y rebelión.
El líder, gobernante o político que no está al pendiente de los asuntos públicos debido a la delegación extrema de sus responsabilidades, está dando patente de corso a aquellos sujetos que sólo ejecutan instrucciones, pero que nunca tuvieron la sapiencia o tino de conformar estrategias.
En contrapartida, un político o gobernante debe planificar, diseñar, desarrollar, ejecutar y evaluar programas y acciones precisas para conquistar, mantener y aumentar autoridad y dominación, auxiliado por personas con sapiencia, entrenamiento, experiencia y rectitud.
Hay que delegar y desconcentrar, pero con la firme convicción de supervisar y transformar -conforme lo que ocurra en el entorno- lo planificado, a fin de no perder ningún ápice de poder.
El juicio justo está en la delegación de acciones operativas y al mismo tiempo el cuidado en que la toma de decisiones esté concentrada y resguardada en el político y gobernante, a efecto de preservar estabilidad: las manos y los pies jamás deben estar a la par de la cabeza. ni más ni menos.
Por tanto, un político o gobernante debe tener, además de trayectoria, conocimiento, actualización, preparación y fogueo para solucionar conflictos, vistos éstos como retos, a efecto de no perder Poder en ningún aspecto práctico.
Así pues, tiene que haber preparación en el terreno físico, intelectual y psicológico. Debe saber comunicarse en lo general y dirigirse también a públicos sectorizados. Ser firme en sus decisiones. Ser asertivo, empático y creativo. No valorar los sucesos con subjetividades o valoraciones predeterminadas o por comentarios no verificados provenientes de su círculo de amigos o familiares. Tiene que allegarse de personas expertas en todas y cada una de las esferas del conocimiento y la praxis.
El político y gobernante debe estar preparado para sentirse permanentemente en campaña (no solamente en el rubro político-electoral), planificando a corto, mediano y largo plazo, transitando el territorio y al pendiente de los grupos sociales, así como evaluando e inspeccionando procedimientos, programas y obras.
Con esta visión estratégica debe acumular experiencias para vigorizar los cómo, por qué, cuándo y dónde deben tomarse decisiones, para mantener el poder conquistado.
Política es hoy en día la técnica de comunicar mensajes con eficiencia. Para alcanzar efectividad deben emplearse reglas psicológicas, discursivas, mercadotécnicas, sensitivas-subliminales e ideológicas, a fin de penetrar en la psique de los ciudadanos, para luego afianzar empatías, apoyos y legitimidad. En ello debe valerse también de su potencial y el de sus allegados afines y expertos en la materia y no dejar está situación en manos de los medios.
Los equipos de trabajo de un político o gobernante no deben ser tomados como miembros separados o convocados en situaciones especiales, sino como el “ejército” que va a acompañar el ejercicio real de Poder. Si los hombres y/o mujeres que acompañen al político o gobernante no saben, no están bien actualizados ni capacitados y mucho menos disciplinados no serán útiles, pues serán un peso muerto que provocará -tarde que temprano- la pérdida de dominio.
Las mujeres y hombres de Poder deben ser sensibles, no ostentosos, con capacidades y habilidades teórico-prácticas, con firmeza en la operación de estrategias, proactivos, leales y con un bagaje ideológico a la causa del detentador de poder.
Si el equipo humano que custodia a las personas de Poder no reúne las características señaladas se convierte en un riesgo para la integridad del político o gobernante, dejando opinión negativa en la sociedad. Lo peor que puede suceder por no contar con un “ejército propio” es ponerse al alcance de los adversarios como si se tratara de un objetivo meta localizable y ser blanco de traiciones e incumplimientos, creando así una imagen adversa, que restará presencia y capitales políticos.
A manera de conclusión:
Hay que rodearse de personas con probidad, capacidad y eficacia, además de aquellas que poseen conocimientos específicos para concretar planes. Poco a poco -conforme sus capacidades y desempeño- deben integrarse a su primer círculo de estadía, luego de probar lealtades y resultados.